
En Frecuencia Nueva siempre nos gusta el reposo y la tranquilidad para analizar en profundidad las complejas sinergias del mundo de la televisión y reflexionar sobre aquellos aspectos que más nos llaman la atención. Pero dado en este caso la precipitación de muchos acontecimientos en 13TV, empezando por los sucedidos a principios de julio (cuando se prescindía de profesionales como Alfredo Urdaci, Nieves Herrero o María Pelayo y se empezaba a no renovar los contratos de parte de la plantilla), hemos decidido adelantar este nuevo artículo que ya llevábamos meditando hace tiempo sobre la delicada situación del mencionado canal de televisión.
Para empezar, más allá de la evidente crisis económica que lleva arrastrando desde hace años, lo que percibimos de 13TV es una sorprendente crisis de identidad, prácticamente desde sus inicios (aunque posiblemente en sus inicios lo tuviera más claro que ahora). Es más, de esa crisis identidad provenga en parte su grave crisis económica; pues su audiencia es la primera de la que requiere para su respaldo, pero no necesariamente el tipo de audiencia que busca que vendérsela a la publicidad, sino aquélla que desea sentirse representada en ciertos valores y principios que hagan realmente de 13TV una televisión adecuada a su público católico.
El asunto no es baladí ya que efectivamente, y a diferencia del resto de los canales, 13TV tiene una gran responsabilidad social que como televisión católica, quiera o no, nace con ella y que no debe olvidar. Además, su verdadera misión no es ya sólo ponerse al servicio de esos principios sino no dejarse presionar por ciertas sinergias externas, empezando por las del mercado mismo, que adulteren el significado de su mensaje y su razón de ser.
Por eso este artículo lo hemos titulado «13TV ¿ser o no ser?«, recordando a la popular frase en Hamlet de William Shakespeare. Y es que difícilmente podremos alcanzar unos objetivos si ni siquiera tenemos claro lo que somos; y consecuentemente, sin percibir qué elementos nos definen en esencia para construir el valor diferencial que necesitamos comunicar en el mercado.
Pensemos por ejemplo en un tractor y en un coche. El tractor tiene mucha fuerza y el coche velocidad. El tractor nunca podrá llevar viajeros, pero sí arar muy bien la tierra. Es inútil que trate de competir con el coche y, sin embargo, tratándolo a toda costa perderá su identidad frente a los usuarios en lo que precisamente mejor sabe hacer. Y con el coche pasaría lo mismo si se empeñase en ser tractor.
Con esto lo que queremos decir, como ya hemos comentado en otros artículos, es que con esa deriva de parecerse demasiado a otras cadenas (incluso importando presentadores que llevan interiorizado el modelo de esas otras cadenas), nunca podrá construir algo propio que le dé personalidad y que a la vez le proporcione ese valor diferencial necesario para triunfar; presentándose más bien como un proyecto difuso y hasta contrario a los principios y valores que mientras tanto el Papa Francisco divulga desde el Vaticano; y que a la larga puede acabar traduciéndose en algo más preocupante que debieran considerar tanto la Conferencia Episcopal como el propio Vaticano, y es la falta de credibilidad en la que puede caer La Iglesia como institución.
El valor de los intangibles
Para entender un poco más todo esto hagamos el símil de estudiar a la Iglesia Católica, no como institución religiosa, sino como marca. Al fin y al cabo estamos en un mundo donde todo son marcas, empezando por la llamada marca España que tanto se ha venido a considerar en los últimos tiempos.

Cuando nos referimos a marcas, que son como el sello de identidad de los productos, últimamente también se ha puesto especial atención en otro concepto manejado mucho en el mundo del márketing: los intangibles. Por intangibles entendemos el conjunto de emociones y sensaciones que una persona puede experimentar ante cualquier marca por el simple hecho de reconocerla; porque a nivel inconsciente ha sido asociada a determinados valores a través de imágenes u otras fuentes que le permiten tener esa experiencia emocional positiva o negativa frente al producto; y que, aunque no lo creamos, actúa de manera determinante a la hora de su elección en el proceso de compra.
Los intangibles es lo que nos permite decir, precisamente, que algo lo hemos comprado en «tales» grandes almacenes y con eso baste; o que este pantalón, teléfono móvil o cualquier otro producto es de una determinada marca y con eso baste igualmente. También es lo que puede sentir un usuario cuando entra en un establecimiento o contrata un servicio, conociéndose lo que llamamos experiencia de compra.
Por eso, lo peor que le puede pasar a cualquier marca es que se vea inmersa en algún sabotaje o escándalo de su empresa que en seguida aproveche la competencia para su desprestigio; cuando no es esa misma competencia la que muchas veces inicia esas campañas interesadamente. Por ejemplo, imaginemos un accidente en un avión, un problema de corrupción, la crisis de las vacas locas (que afectó especialmente a todos los establecimientos de venta de hamburguesas) o un sabotaje tan simple como que un empleado introduzca cucharachas en una bebida refrescante para protestar por su precaria situación laboral. Entonces es cuando se ponen en acción los potentes gabinetes de comunicación de las empresas; y que además son las primeras en medir día a día la reputación de sus marcas, tratando de evaluar lo que se dice de ellas (especialmente en las redes sociales) para contrarrestar automáticamente cualquier efecto negativo sobre ellas.
Así que en definitiva, como vemos, de lo que se trata siempre es de luchar contra agentes externos. Pero lo que sería impensable, porque se trataría como un suicidio para la marca en cuestión, es que ella misma buscara su propio desprestigio, haciendo lo contrario de todo lo descrito; es decir, asociándose a valores e intangibles negativos que incluso termine despertando un sentimiento de rechazo hacia el consumidor.
Y esto es lo que parece que estamos detectando en 13TV, no sólo a tenor de lo que venimos observando y ya hemos expuesto en otras ocasiones a lo largo de nuestro blog de Frecuencia Nueva, sino por las reiteradas noticias aparecidas en los medios digitales (véase enlaces relacionados), y una vez más, las más recientes con motivo de los últimos programas de debate durante este mes de Agosto.
El manejo de los intangibles llevados al caso de 13TV y por extension a la Iglesia Católica que representa

Podríamos hablar también de los contenidos, pues en general todo ello debe mantener una coherencia con respecto a los principios del Evangelio que presuponemos que 13TV defiende; pero es especialmente en las formas donde más pueden llegar transmitirse todos estos intangibles de los que estamos hablando.
Por ejemplo, ya sólo el título de un espacio como «La Marimorena» nos llevaría según el Diccionario de la Real Academia Española a ser definido como «riña, pendencia o camorra« poniendo como ejemplo el popular dicho español «armarse la Marimorena«; por lo que parece como si implícitamente ya estuviera invitando al espectador a encontrarse con gente pegándose en la pantalla, tal y como se deriva del origen de la propia expresión que también recoge el Diario Veinte Minutos.
Pero más allá de este pequeño detalle, y por poner ejemplos aún más evidentes, nos preguntamos: ¿qué puede aportar a la imagen de la Iglesia Católica el testimonio de ciertos políticos investigados por corrupción tras su salida de prisión provisional, y respetando por supuesto el legítimo derecho a su defensa, aun cuando ellos tengan el privilegio de disponer de un plató de televisión que nosotros no tenemos?
¿Qué puede aportar igualmente a la imagen de la Iglesia Católica, a sus valores, a la divulgación de su labor social que tiene encomendado; el que se hable en el programa «El Cascabel» del pasado 14 06 2017 sobre si alguien llegó o no a ofrecer su despacho para que unos diputados «fornicasen«, de acuerdo al término empleado por uno de los contertulios, bajo el estupor del resto de intervinientes y la expresión un tanto inquieta de Antonio Jiménez?
¿Y qué aportan de nuevo de positivo para la imagen de la Iglesia Católica (y aquí también queremos hacer un inciso importante) la programación a las ocho de un sábado por la tarde, de películas de un alto contenido belicista y violento, mientras el Papa Francisco no está más que insistiendo una y otra vez en su preocupación por los conflictos armados y la necesidad de paz?

Como decimos ¿qué nos importa realmente todo esto, más que para los protagonistas de esas mismas historias, y para conformar el clásico espectáculo con el que buscar la décima de «share» que sólo el tono belicoso de las palabras punzantes consigue atrapar?
¿Ayuda acaso al diálogo, a la reflexión como vehículo de un pensamiento intelectual valioso con el que contribuir a la elaboración de un juicio crítico para el espectador; así como al ejercicio de la escucha que mientras tanto, de nuevo, el Papa Francisco desde el Vaticano ha insistido en defender?
En definitiva, y no nos alargamos más en lo que parece evidente ¿beneficia todo ello a la sociedad y más en concreto para un canal que, insistimos, nace precisamente con una vocación de servicio hacia los demás y de ser la expresión de los principios y valores que la propia Iglesia abandera en la divulgación de esa labor social? ¿o más bien diríamos que lo que hace es perjudicar severamente la imagen de la Iglesia Católica como institución, en lo que 13TV representa de expresión y portavoz de un sorprendente programa de comunicación que parece que con 13TV no consigue más que el desprestigio y el descrédito de sí misma?
De hecho, se ha llegado a un límite que hasta en el mismo Congreso de los Diputados, cuando alguien quiere poner un ejemplo de estilo faltón y maleducado, le basta con enunciar la palabra 13TV y todo el mundo le entiende; casi como si la marca 13TV se hubiera convertido en un nuevo adjetivo que añadir al diccionario, que sólo con su pronunciación sirviera para describir la conducta de cualquiera. Démonos cuenta, pues, del verdadero valor y la fuerza de los intangibles. Y la cuestión no sería menor si no fuera porque, como decimos, estos intangibles no quedan en 13TV, sino que se transfieren a la propia confesión religiosa; y con ello, no es ya que La Iglesia no consiga transmitir su mensaje, sino que incluso pueda caer en una falta de credibilidad ante lo más triste, que es el propio apoyo moral en el que busca su razón de ser.
Soluciones: nueva imagen corporativa y nuevos presentadores que añadan personalidad y dejen de lado modelos importados
Cuando los intangibles negativos de una marca se han podido apoderar tanto de su público que incluso habría que evaluar el impacto de su posible descrédito; no valen argumentaciones, ni tácticas de convencimiento (porque, como ya hemos explicado, han llegado subliminalmente a tocar el inconsciente de dicho público); sino que sencillamente hay que cambiar toda la imagen ligada a esa marca, de manera que no haya nada, absolutamente nada, que recuerde a los intangibles anteriormente asociados.
Eso fue lo que sucedió, si lo recordamos, con Antena 3 Televisión. Y eso que en aquella época dorada de la recién estrenada televisión privada en España ya quisiéramos su programación a la que actualmente podemos presenciar en muchas cadenas; donde se apostaba por espacios como «La Clave» donde primaba realmente la reflexión como debate y no el espectáculo de la expresión doliente.
Así pues ¿en qué podemos decir que se pareció la Antena 3 posterior, cuando entró el Grupo Z como socio mayoritario, a la que en un principio había? Pues en casi en nada. Cambió prácticamente todo, empezando por presentadores y siguiendo por programas, decorados y por supuesto elementos gráficos de continuidad; con una imagen corporativa completamente nueva y hasta un logo diferente que es el que permanece en la actualidad, el del globo de los tres colores.
Y entendemos que sea difícil. Porque en la la radio basta con cambiar las sintonías y la voz corporativa junto a un eslogan suficientemente atractivo. Pero en televisión todo se hace mucho más complejo, y complejidad significa un dinero que no creemos que estén dispuesto a permitirse las delicadas cuentas de 13TV.
Sin embargo, lo que sí podría plantearse es si dispone de comunicadores capaces de utilizar sus habilidades profesionales para transmitir el ideario de la Iglesia Católica; o desgraciadamente sólo se ha fijado hasta ahora en aquéllos importados de otras cadenas, acostumbrados a hacer un estilo de televisión que no encaja en una televisión católica, y que además viven bajo un prisma demasiado polarizado respecto a sus idearios políticos, utilizando siempre los debates de opinión como confrontación arrojadiza; en lugar de como espacios de reflexión, aportación y enriquecimiento común, en el que las opiniones contrarias se ganen con argumentos y no con la recurrente dialéctica del grito y la expresión doliente.
Por cierto, que estos mismos comunicadores y presentadores, directores de tales espacios, entendemos que también son quienes eligen a los tertulianos que intervienen (a no ser que la cadena les imponga una cantera ya determinada). Es bien sabido que un debate no depende tanto de lo que se diga sino de quién lo diga y, por tanto, a quién invitemos. Si ya de entrada sabemos que de otras ocasiones un tertuliano puede ser conflictivo ¿para qué lo llevamos? ¿o es que aquí la conflictividad es un bien preciado?
Por otra parte, también se da la casuística de que muchos tertulianos ya tienen muy interiorizado el espectáculo en que se han convertido todos estos espacios para atrapar a la audiencia; y sin embargo, sorprende que en sus programas de «prime time» casi nunca (por no decir siempre) no haya más voces, de las tantas y tantas, con las que puede contar nada menos que una Institución como la Iglesia Católica en España.

Con todo ello, pues, ¿significa que ya no se pueden hacer debates en 13TV? ¿que domina una especie de censura, como algunos podrían decir, impuesta por ciertos obispos que han protestado pidiendo la retirada de todos estos espacios de 13TV?
Evidentemente no, todo se puede hacer, pero lo que pensamos que hay que cambiar es el estilo. Hay que pensar en otra forma de hacer televisión más creativa recordando, por poner más ejemplos, a aquella televisión del Arzobispado de Madrid llamada TMT (Televisión Madrileña para Todos) con su magazine llamado «Esta no es la hora de la cena«, presentado primero por el conocido sacerdote Javier Alonso, después por Belinda Washigton y finalmente por Sofía Garaizábal; siendo incluso más conveniente apostar por un buen debate semanal que uno diario; y donde el conocido tertuliano que vive de pasearse siempre de televisión en televisión opinando de todo dé paso al experto (como, sin embargo, sí suele hacer 13TV en temas de terrorismo); y junto al experto, nuevas voces que estamos seguro que las hay dentro de la Iglesia Católica, donde se pueda hacer una manifestación plural y en profundidad de los temas de actualidad; y no terminar en discursos maniqueos con esos intereses arrojadizos en beneficio de la parte que los propone, pero no siempre en beneficio de la sociedad en su conjunto y la sociedad católica que esta televisión debiera representar.
Artículo de reflexión escrito por F.J Santos. Otros artículos relacionados:
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